Lo que sigue es parte del material que ofrece el Dr. Carlos Diaz Usandivaras en el Curso interdisciplinario sobre Terapia y Orientación de Familias en proceso de separación o divorcio (2016).

El divorcio benigno, si bien deviene en una nueva forma de familia, puede no traer consecuencias negativas para los integrantes. El divorcio maligno, por sus manifestaciones, produce situaciones familiares graves, consistentes en diferentes conductas violentas con efectos patologizantes para sus miembros.
Concebimos la familia como una totalidad organizada o unidad estructural con subsistemas que la componen y con fronteras entre ellos, con características distintas de: funciones, autoridad y poder. Ellos son: el subsistema marital o conyugal y el subsistema filial o de los hijos, que es también el de los hermanos o fraterno, por el otro. Todo esto inmerso en un contexto social que no le es indiferente.

Entendemos el divorcio como un proceso que se desarrolla en el tiempo, evolutivamente, un ciclo de la vida familiar diferente al de la familia intacta, pero no por esto necesariamente patológico. (Díaz Usandivaras 1986). Este inicia con una crisis, que marca el cambio de organización familiar nuclear, a otra, que puede tener diversas modalidades: la familia uniparental y la familia binuclear, son las mas frecuentes y características.
Nos apoyamos en las múltiples investigaciones sobre la transición del divorcio y en especial, su efecto sobre los hijos (Wallerstein y Kelly 1980, Isaacs, Montalvo y Abelsohn 1986,
Ahrons y Rogers 1987, Ahrons 1994, Haynes 1984, Ricci, 1997, Kaslow y Shwartz 1987 y 1997), que coinciden en demostrar que existe una organización familiar post-divorcio de características saludables y funcionales para sus miembros, en la cual el divorcio, podría no tener, necesariamente, efectos patógenos.

Aunque no fáciles de lograr, las condiciones básicas requeridas para esta organización saludable son:
1. Que el divorcio haya servido para detener la escalada de conflictos del matrimonio, permitiendo una vida independiente de los ex cónyuges, sin mantenerse unidos por un vínculo de resentimiento.
2. Que ambos esposos estén suficientemente separados en su relación conyugal, sin erotizaciones residuales.
3. Que no exista discontinuidad cualitativa ni cuantitativa en las relaciones de los hijos con ninguno de los progenitores.
4. Que ambos progenitores mantengan funcionalmente unida a la pareja parental, constituyendo una relación co-parental, en especial para el cumplimiento de la función parental normativa que es necesariamente compartida y consensuada.
5. Que a los hijos se les respete la total neutralidad, la diversidad autónoma de criterios y la continuidad de sus vínculos activos familiares, preservándolos de involucrarse en el conflicto conyugal.

Esto implica que un buen divorcio es aquel en que los ex esposos están bien separados, sin persistencia de restos o enganches, mientras que los padres pueden permanecer unidos, cumpliendo sus responsabilidades para con sus hijos en forma compartida, quienes a su vez pueden continuar sus vínculos con sus progenitores sin que el divorcio de aquellos los afecte. Naturalmente que para esto se requiere una disociación instrumental entre la pareja conyugal y lapareja parental, que están normalmente fusionadas y erotizadas, separando las funciones del progenitor de la del cónyuge, lo que exige un difícil proceso de sublimación. Si no se logra esta disociación y sublimación, la erotización puede tornarse fácilmente en odio y agresión.

Controlando la impulsividad y promoviendo encuentros de sana y respetuosa comunicación, los padres continuarán siendo para sus hijos, los dadores de vida que fueron inicialmente. Es un compromiso con los hijos y con la vida misma.

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