A Brandsen

En Tacuarí era mi casa, con mis padres y mi escuela,
el viaje en tren se alargaba con mis ganas de llegar,
en Brandsen eran mis primos y mis noches con estrellas,
Isabel abría la puerta y nos invitaba a entrar.

Me hacía probar el dulce, bienvenida de ciruelas,
empanadas de membrillo, iba y venía Isabel…
el patio de la glicina se alegraba con sus pasos
y yo le contaba todo lo que quería saber.

Después desaparecía y volvía misteriosa
con sus manos hechas cuna, trayendo en su delantal
los pollitos que alegraban a aquella nieta mimosa
que ansiosa de sol y pueblo venía de la ciudad.

Picoteaban despacito en la palma de la mano
y juntas los devolvíamos “para estar con su mamá”.
Yo me quedaba esperando cerquita del gallinero,
la abuela quería entrar sola, si no me iban a picar.

Poco antes del puchero se mataba una gallina,
se preparaba una sopa, siempre le faltaba sal,
creo que no me gustaba, pero toda la familia
se juntaba en esa mesa y era rico de verdad.

Cuando por cosas de grandes los hermanos discutían
y la abuela los miraba con toda la autoridad,
Chiche, Ficle y Eduardito se iban quedando callados,
yo sabía que la abuela los estaba por retar.

Se ve que algunas cuestiones los tenían preocupados,
yo me iba con mi sandía y me ponía a jugar,
más tarde en la galería se sentaban todos juntos
y se iban pasando el mate que los volvía a hermanar.

La tía Sarita ensillaba a Cholito y Rabicano
y andábamos por el pueblo saludando a los vecinos,
al paso y al trote lento se ganaba admiradores,
muy sonriente y orgullosa, especialista en sobrinos.

Doña Isabel Heguiaphal, yo que un día te hice abuela,
te agradezco en estos versos toda tu hospitalidad.
La familia que formaste con Arturo y con tus hijos
se continúa en la nuestra, y hoy te viene a saludar.

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